La guerra de Rusia contra Ucrania, que dura ya tres años, está lejos de terminar. Ambas partes –el Kremlin y los ucranianos– mostraron determinación de continuar la lucha.
La revista estadounidense Foreign Policy encuestó a destacados analistas sobre sus predicciones sobre el resultado de esta guerra y hasta el momento no ven ningún final a la vista.
Profesora Angela Stent, autora del libro "El mundo de Putin. Rusia y su líder a los ojos de Occidente", afirma que la actual situación en Ucrania no tiene una salida clara.
Ucrania necesita movilizar más recursos militares, pero dada su menor población, esto puede resultar difícil. Las fuerzas armadas de ambos bandos tienen sus propios problemas: Rusia compra armas a diferentes países, mientras que Ucrania depende del apoyo de Europa y Estados Unidos.
La Unión Europea aprobó recientemente una ayuda financiera de 54 mil millones de dólares para Ucrania, lo que le permitirá seguir funcionando. Sin embargo, el principal donante sigue siendo Estados Unidos. Si el Congreso no aprueba los 60 mil millones de dólares en ayuda, el apoyo militar estadounidense podría verse restringido.
Las posibilidades de conversaciones de paz en 2024 son muy escasas y ninguna de las partes obtendrá una victoria decisiva. El Kremlin sólo está decidido a la capitulación de Ucrania, mientras que los dirigentes ucranianos no aceptarán tales condiciones.
Las predicciones sobre el fin del conflicto incluyen la posibilidad de un modelo coreano con alto el fuego y garantías de seguridad occidentales para Ucrania. Sin embargo, en las condiciones en que Putin o sus seguidores que comparten sus puntos de vista permanecerán en el poder, esto es poco probable.
La Segunda Guerra Fría: nuevas realidades y cambios geopolíticos
La experta en China Jo Inge Beckevold señala que cuando las tropas rusas invadieron Ucrania en febrero de 2022, fue una señal clara de una división geopolítica cada vez mayor entre Estados Unidos y sus aliados, por un lado, y el eje chino-ruso, por el otro.
En 2024, esta división crece aún más, recordando la situación de la Guerra Fría.
Primero, la guerra fortaleció la influencia de Beijing sobre Moscú. Aislada de Occidente, Moscú depende de China como mercado para sus exportaciones, proveedor de bienes y socio en el desarrollo de nuevas tecnologías. El apoyo de Beijing a Moscú ha exacerbado la brecha entre China y Europa, que ha rechazado el plan de paz de China para Ucrania, y Beijing ha perdido influencia en Europa Central y del Este.
Europa ahora está tratando de evitar su anterior dependencia de los recursos energéticos rusos fortaleciendo estrechos vínculos con China. Al mismo tiempo, Beijing busca aumentar su autosuficiencia.
La agresión rusa también ha fortalecido la unidad transatlántica, obligando a los miembros europeos de la OTAN a aumentar su gasto en defensa, atrayendo a Finlandia y Suecia a la alianza e impulsando a Estados Unidos a aumentar su presencia militar en Europa.
Todos estos acontecimientos indican una nueva realidad, diferente a la primera Guerra Fría. Hoy en día, la asociación chino-rusa tiene una base geopolítica más fuerte que la antigua asociación chino-soviética. Sin embargo, la unidad transatlántica sigue siendo frágil y con signos de ruptura.
Puede que cada caso individual no amenace la unidad occidental, pero juntos tienen un impacto significativo. Después de todo, el expresidente estadounidense Donald Trump cuestionó el quinto artículo de la OTAN y expresó abiertamente dudas sobre los compromisos de Estados Unidos con la defensa de los aliados europeos.
Así, el ataque de Rusia a Ucrania reveló la debilidad del bloque occidental. Probablemente Europa todavía no haya comprendido plenamente las realidades de la guerra, ya sea una agresión rusa o una nueva guerra fría.
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos supo aprovechar las diferencias entre Beijing y Moscú. Hoy, estos dos Estados tienen una posición más fuerte y pueden influir en el bloque occidental.
Las sanciones no tienen un efecto inmediato: un análisis de dos años
Agatha Demare, columnista de la revista Foreign Policy e investigadora principal en geoeconomía del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, llama la atención sobre los resultados de dos años de sanciones financieras y económicas occidentales contra Rusia.
Destaca tres puntos clave.
En primer lugar, Moscú está librando una guerra de información contra las sanciones, lo que ha llevado a una percepción general en el mundo de que son ineficaces. Sin embargo, esto plantea la pregunta: si las sanciones no son efectivas, ¿por qué el Kremlin promueve tan activamente su descrédito?
Los medios de comunicación también suelen destacar cómo Rusia elude las sanciones. Las importaciones ilegales existen, pero la situación real es más complicada de lo que parece. Las importaciones rusas de alta tecnología han disminuido aproximadamente un 40% con respecto al período previo a las sanciones, cuando la necesidad de Rusia de alta tecnología probablemente sea mayor.
Esto no es suficiente para detener las acciones militares de Moscú y se necesitan más esfuerzos para fortalecer los controles de exportación. Pero la reducción del 40 por ciento sigue siendo un éxito significativo, aunque subestimado, de las sanciones.
En segundo lugar, el impacto de las sanciones sobre las empresas rusas es cada vez más visible, especialmente en sectores que han perdido acceso a equipos y tecnología occidentales. Por ejemplo, la aerolínea siberiana S7 se vio obligada a suspender la operación de aviones Airbus debido a la falta de piezas de motor, y la compañía "Lukoil" detuvo la instalación de craqueo debido a la avería de los equipos occidentales. Se espera que incidentes de este tipo sean más frecuentes en 2024, lo que demuestra que las sanciones son un maratón, no una carrera corta.
En tercer lugar, la solución a los problemas financieros de Ucrania puede ser posible mediante el uso de activos rusos congelados en Occidente. Sin embargo, esta cuestión provoca una contradicción entre los estados aliados. Estados Unidos y Gran Bretaña abogan por la confiscación de estos activos y su transferencia a Ucrania, considerándolo una necesidad moral, mientras que algunos países de la UE se resisten a esta idea por temor a socavar la confianza en el sistema financiero occidental.