La fatiga constante no siempre se debe a la falta de sueño o al estrés. A menudo se origina por pequeñas cosas en la rutina diaria: falta de agua, deficiencias nutricionales e inactividad.
Hidratación. Incluso una deshidratación leve (alrededor del 1-2 % del peso corporal) reduce la concentración, provoca dolores de cabeza y sensación de cansancio. El agua es necesaria para el transporte de oxígeno y el correcto funcionamiento del metabolismo. La recomendación es sencilla: 1,5-2 litros al día (más en climas cálidos o durante el entrenamiento intenso), repartidos uniformemente a lo largo del día.
Nutrición y microelementos. Las deficiencias de magnesio, vitamina D y B12 se manifiestan no solo con debilidad, sino también con apatía, ansiedad y trastornos del sueño. La solución básica es una dieta rica en pescado, verduras de hoja verde, legumbres, frutos secos, semillas y hortalizas frescas. Si los síntomas persisten, se recomienda realizar análisis de sangre para verificar los niveles y ajustar la dieta bajo supervisión médica.
Movimiento. Estar sentado durante largos periodos de tiempo ralentiza la circulación sanguínea, dificulta el suministro de oxígeno al cerebro y el cuerpo sufre fatiga. Varias pausas breves de 10 a 15 minutos para caminar suavemente o calentar a lo largo del día aumentan notablemente los niveles de energía.
La fatiga suele ser un síntoma de deshidratación, deficiencias nutricionales o falta de ejercicio. Adopta estos tres hábitos y, por lo general, te sentirás mucho mejor en una semana. Sin embargo, si la fatiga persiste, empeora o se acompaña de pérdida de peso, dolor en el pecho, dificultad para respirar o latidos cardíacos irregulares, consulta a tu médico.

