La historia de la marca G.Bar, asociada al glamour, las mujeres exitosas y los negocios modernos, resultó no ser tan impecable. Tal como descubrieron periodistas del proyecto BlackBox OSINT, el capital inicial de la red podría provenir de fondos malversados del presupuesto de defensa, y el negocio en sí se basa en esquemas fiscales que permiten evadir el IVA y el control financiero real.
La investigación se centra en las fundadoras de G.Bar, Sabina Musina y Lera Borodina, así como en el exmarido de Musina, Kostyantyn Cherednichenko, antiguo director de la empresa estatal Ukrinmash. Según consta en los documentos judiciales, fue él quien, en 2015, retiró más de 1,9 millones de dólares a través de una empresa británica ficticia, Fuerteventura Inter LP, supuestamente destinados a la compra de munición. En realidad, el dinero regresó a Ucrania disfrazado de préstamos y podría haber servido de base para la creación del primer salón G.Bar en Kiev.
Los ingresos oficiales de los fundadores en ese momento no les permitían abrir un negocio con gastos superiores a 160.000 dólares. En 2024, el Tribunal Supremo Anticorrupción declaró a Cherednichenko culpable de malversación de fondos públicos y lo condenó a 8 años de prisión, pero logró huir de Ucrania antes de que la sentencia entrara en vigor.
Los periodistas han constatado que Sabina Musina vive actualmente en un apartamento valorado en unos 350.000 dólares, comprado por Cherednichenko en 2016, probablemente también con fondos obtenidos ilegalmente.
Pero los vínculos financieros con un exfuncionario no son el único problema de la marca. Los expertos han descubierto una trama de evasión fiscal a gran escala: la cadena G.Bar no tiene una entidad jurídica única, y los salones están registrados a nombre de decenas de emprendedores individuales, en su mayoría mujeres. Esto les permite evadir el IVA, mientras que los beneficios reales permanecen ocultos.
Según los analistas, esta estructura está diseñada deliberadamente para minimizar la recaudación fiscal y ocultar los ingresos. En consecuencia, el Estado defrauda a millones de personas, y una empresa que se presenta como ejemplo de éxito femenino en realidad se aprovecha del sistema.
Esta historia no trata solo de corrupción, sino también de degradación moral. Cuando el dinero destinado al ejército se convierte en la base de empresas privadas, se transforma en un delito no solo económico, sino también ético. La impunidad de tales esquemas genera en la sociedad la percepción de que la guerra es solo un pretexto para el enriquecimiento, y no una lucha común por el futuro.

