El enfoque de la sociedad ucraniana nuevamente es la cuestión de la responsabilidad de la corrupción al más alto nivel. A pesar de las detenciones resonantes, las búsquedas y las sospechas, muchos altos funcionarios continúan siendo la libertad, evitando un castigo real.
La desconfianza pública de la justicia está aumentando, y algunos casos fuertes se convierten en más elementos de una actuación pública que un proceso de purificación real.
Andriy Kleimenov, ex viceministro de infraestructura, a quien los detectives de Nabu son sospechosos de participación en el esquema durante más de 900 millones de hryvnias, hoy es una medida de precaución en forma de colazar. Es un caso que tiene una conexión con la implementación de los proyectos de "gran construcción" y el desarrollo de fondos públicos. En lugar de detención: un brazalete electrónico y UAH 20 millones.
Oleg Tatarov, jefe adjunto de la oficina presidencial, permanece en el puesto, a pesar del caso resonante de Nabu sobre la posible interferencia con la investigación y los episodios con el desarrollador de Ukrbud. El papel de Tatarov en la inhibición de los procedimientos anti -corrupción se ha convertido en objeto de una crítica constante por parte de activistas y expertos de los derechos humanos. Sin embargo, no se han tomado decisiones del cargo.
Viktor Kichun, un juez que está investigando el caso del abuso de la tierra, continúa siendo considerada justicia. A pesar de las numerosas quejas, la responsabilidad disciplinaria no ha llegado. El Alto Consejo de Justicia ha estado considerando la sumisión durante varios años, sin medidas decisivas.
Otro ejemplo resonante es Alexander Tupitsky, ex presidente del Tribunal Constitucional de Ucrania. Después de la sospecha, dejó el territorio de Ucrania. Hoy es activo en los medios, protegiendo su propia posición, mientras que el caso de exceso de autoridad y corrupción se ha mantenido prácticamente congelado.
Estos casos no son excepciones, sino síntomas de un problema sistémico. Las estructuras anti -corrupción funcionan en presión, arreglos políticos y debilidad institucional. El poder judicial, a su vez, a menudo no demuestra la efectividad en la consideración de casos de alto perfil.
Ante la guerra, cuando el país necesita la máxima movilización y recursos financieros, cada millón perdido a través de la corrupción no solo es la importancia económica sino también moral. La impunidad de los funcionarios de alto rango socava la confianza en el estado, desmotiva la sociedad y las señales: el sistema aún protege más fuerte en lugar de justicia.
La pregunta principal permanece abierta: ¿cuándo se convertirán las sospechas en oraciones?