Científicos de Hong Kong analizaron datos de más de 40.000 personas mediante resonancia magnética, resonancia magnética funcional y otros métodos instrumentales, y concluyeron que la distribución del tejido graso en el cuerpo afecta al cerebro de forma diferente. Si bien la obesidad general se correlacionó con una disminución del grosor de la capa cortical en diferentes partes del cerebro, la grasa visceral (la grasa que se acumula alrededor de los órganos internos) se asocia con cambios adicionales en la corteza prefrontal, responsable de la memoria, la atención, la planificación y el control cognitivo.
Los autores explican el mecanismo biológico mediante la inflamación sistémica: la grasa visceral secreta moléculas proinflamatorias que, al pasar por el hígado, alteran el metabolismo y contribuyen a la resistencia a la insulina. Estos procesos aumentan el riesgo de hipertensión, demencia y alteración de las conexiones interneuronales. Los investigadores también observaron una disminución de la densidad axonal y cambios estructurales en el tejido nervioso con el aumento de los niveles de grasa visceral.
Un hallazgo clave del estudio es que el índice de masa corporal (IMC) no ofrece una visión completa del riesgo neurocognitivo. El IMC refleja el peso corporal total, pero no muestra cómo se distribuye la grasa. Por lo tanto, personas con el mismo IMC pueden presentar diferentes perfiles de riesgo según si sus cuerpos están dominados por la grasa visceral.
Implicaciones prácticas del estudio: La salud pública debería centrarse en la evaluación de la distribución de la grasa y el estado metabólico, en lugar de limitarse al control del peso. Los métodos disponibles (p. ej., perímetro de cintura, índice cintura/cadera y, en algunos casos, imágenes) ayudan a identificar la obesidad visceral y a orientar las intervenciones. Los autores recomiendan prestar atención a los marcadores de riesgo metabólico (resistencia a la insulina, presión arterial alta e indicadores de inflamación) y colaborar con el médico para reducir la grasa visceral, específicamente mediante cambios en la dieta, actividad física y, si es necesario, tratamiento médico.
El estudio destaca que combatir los riesgos cerebrales no se trata solo de perder peso, sino también de mejorar el perfil metabólico y reducir la grasa visceral. Investigaciones futuras deberían aclarar qué intervenciones son más eficaces para proteger el cerebro de los efectos de la obesidad visceral.