El acuerdo para suministrar misiles de crucero estadounidenses Tomahawk a Ucrania, insinuado por el presidente estadounidense Donald Trump, podría prolongarse durante meses, y estos misiles ni siquiera necesariamente pueden despegar de los lanzadores, pero el mero hecho de su disposición a proporcionarlos presionará al Kremlin, creen los expertos y los autores del análisis.
Trump dijo que "casi había terminado", pero quería saber cómo Kiev planeaba usar los misiles antes de aceptar finalmente. La reacción de Moscú fue dura: el Kremlin esperaba una aclaración de Washington y los funcionarios advirtieron sobre las posibles consecuencias debido al alcance y la posible amenaza para el territorio ruso.
Técnicamente, el Tomahawk es un misil de crucero de largo alcance; algunas fuentes indican un alcance de hasta unos 2.500 km y una capacidad histórica para transportar ojivas nucleares en versiones anteriores, lo que complica la decisión de transferirlo y plantea preocupaciones sobre una escalada.
Según la configuración estándar, los misiles se lanzan desde barcos y submarinos, pero también hay modificaciones/soluciones para instalaciones terrestres: la parte ucraniana ya ha declarado la posibilidad de lanzamiento desde complejos de lanzamiento terrestres si recibe estas armas.
Además, las entregas podrían verse complicadas por las limitaciones reales de suministro y la presencia de misiles en el inventario de la Armada de los EE. UU., lo que hace improbable una transferencia masiva rápida. Incluso si se toma una decisión positiva, las entregas requerirán tiempo para la logística, la capacitación del personal y la integración en los sistemas de control de tiro.
Incluso si los Tomahawks no llegan a utilizarse en lanzamientos de combate, su presencia bajo control estadounidense o a disposición de los aliados podría convertirse en una herramienta para aumentar gradualmente la presión sobre el Kremlin y un argumento para las negociaciones diplomáticas sobre la desescalada.