El corazón latía con fuerza, la respiración se agitaba, había mareos, temblores en las manos y la sensación de que uno se iba a morir. Así describen muchas personas los ataques de pánico. A pesar de toda esta "física del terror", estas afecciones por sí solas no pueden matar directamente a una persona, enfatizan los expertos, incluyendo Medical News Today. Es importante comprender qué le sucede al cuerpo durante un ataque, cómo afecta a la salud y qué puede ayudar a sobrellevar los síntomas.
Un ataque de pánico es una activación repentina del mecanismo de “lucha o huida”, como si la persona estuviera en peligro real. El cuerpo reacciona según lo programado por la evolución:
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El corazón empieza a latir más rápido
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La respiración se vuelve superficial y rápida.
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La sangre fluye hacia los músculos, preparando al cuerpo para la huida o la defensa.
Algunas personas, al entrar en pánico, comienzan a hiperventilar: respiran demasiado rápido y profundamente. El nivel de dióxido de carbono en la sangre disminuye, lo que provoca mareos, visión borrosa, sensación de irrealidad y, a veces, incluso una breve pérdida de consciencia. Estos síntomas son muy desagradables, pero no mortales.
La sensación de “voy a morir” es una característica típica de un ataque de pánico. No es señal de una amenaza real, sino el resultado de una combinación de síntomas físicos y el miedo que los intensifica.
En personas con cardiopatía coronaria, los ataques de pánico repetidos pueden afectar temporalmente el flujo sanguíneo al músculo cardíaco, lo que puede intensificar el dolor de pecho. Sin embargo, las investigaciones demuestran que los ataques de pánico en sí mismos no son una causa directa de un infarto.
Otro factor que puede ser peligroso es la ansiedad prolongada y el estrés crónico. Estos pueden:
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aumentar la presión arterial
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aumentar el riesgo de enfermedad cardiovascular
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aumentar los procesos inflamatorios en el cuerpo
Esto suele ir acompañado de conductas de «autoayuda» que solo resultan perjudiciales: comer en exceso, consumir alcohol, fumar y la falta de actividad física. Todo ello supone un esfuerzo adicional para el corazón y los vasos sanguíneos.
Existen varias estrategias que pueden ayudar a mitigar el ataque:
Acepta que tienes miedo. No intentes reprimirlo ni huir de él. Admitir: «Sí, estoy teniendo un ataque de pánico ahora mismo, es temporal y no es grave» ya reduce la tensión.
Concéntrate en el presente. Intenta enfocar tu atención en lo que te rodea: cuenta algunos objetos que veas, percibe los olores, los sonidos y las sensaciones táctiles. Esto te ayudará a regresar de los pensamientos catastróficos a la realidad.
Disminuya su ritmo respiratorio. La respiración profunda y lenta, con pausas al exhalar, ayuda a normalizar los niveles de dióxido de carbono, reduciendo el mareo y la dificultad para respirar.
Continúa la acción si es seguro. Si puedes permanecer en la situación (en el trabajo, en el transporte público, en casa) sin riesgo, no huyas. Así funciona la terapia de exposición: el cerebro aprende gradualmente que el pánico no equivale a una catástrofe y, con el tiempo, los ataques se debilitan.
Conviene consultar a un especialista si:
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Los ataques de pánico se vuelven más frecuentes o severos
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Los síntomas no desaparecen a pesar de varias semanas de terapia regular.
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Aparecen signos de posibles problemas cardíacos: dolor en el pecho, dificultad para respirar, latidos cardíacos irregulares, hinchazón
Si se presentan síntomas típicos de un posible ataque cardíaco —dolor intenso en el pecho que se irradia al brazo, hombro o mandíbula, dificultad respiratoria grave, debilidad repentina, sudor frío, mareo intenso— debe llamar a una ambulancia de inmediato. Los ataques de pánico no excluyen el riesgo de problemas cardíacos reales, especialmente en personas con comorbilidades.
El trastorno de pánico es tratable y puede controlarse con una variedad de enfoques, que incluyen:
Terapia cognitivo-conductual. Ayuda a reconocer y cambiar los pensamientos que desencadenan el pánico, y también enseña gradualmente al cuerpo a no tener “miedo” a sus propios síntomas (terapia de exposición).
Tratamiento farmacológico. En algunos casos, un médico puede recetar ansiolíticos o antidepresivos. Es importante que la selección y el seguimiento de estos medicamentos los realice un médico, y no mediante la automedicación basada en consejos de internet.
Cambios en el estilo de vida. La actividad física regular, las técnicas de respiración consciente, la meditación, la normalización del sueño y la reducción del consumo de alcohol y cafeína hacen que el sistema nervioso sea menos vulnerable al estrés.
El objetivo de la terapia no es eliminar por completo el miedo, sino aprender a convivir con él para que no controle tu vida. Cuando una persona deja de tener miedo a los ataques de pánico, estos suelen volverse menos frecuentes y menos intensos.
Un ataque de pánico puede parecer algo mortal, pero no te mata por sí solo. Es una condición muy desagradable, pero manejable. Cuanto mejor entiendas lo que le sucede a tu cuerpo, menos espacio habrá para el miedo.
Si los ataques se repiten y te impiden trabajar, comunicarte o salir de casa, no es una debilidad, sino un motivo para buscar ayuda profesional. La terapia oportuna te ayuda a recuperar el control de tu vida y a eliminar la principal arma del ataque de pánico: la sensación de desesperanza.

