Hace casi 40 años, el enorme iceberg A23a se desprendió de la plataforma de hielo Filchner en la Antártida. En su punto máximo, pesaba alrededor de un billón de toneladas y cubría una superficie de más de 3500 km², el doble del tamaño de Londres. Durante ese tiempo, el bloque de hielo se convirtió en un importante obstáculo para la navegación y una amenaza para las colonias de pingüinos y focas de la isla Georgia del Sur.
Hoy, el iceberg se ha reducido casi a la mitad, alcanzando los 1770 km², y tiene unos 60 km de ancho en su punto más ancho. En las últimas semanas, fragmentos de unos 400 km² se han desprendido del A23a. Andrew Meyers, oceanógrafo físico del British Antarctic Survey, afirma que el iceberg simplemente se está pudriendo en las cálidas aguas del océano Antártico y que el proceso de desintegración continuará.
El A23a permaneció en aguas poco profundas del mar de Weddell durante más de tres décadas antes de desviarse hacia el Atlántico Sur en 2020. El iceberg encalló brevemente frente a Georgia del Sur esta primavera, lo que generó preocupación por el suministro de alimento para los pingüinos y las focas locales. En mayo, se desprendió y comenzó a desplazarse hacia el norte a velocidades de hasta 20 km por día.
Los científicos afirman que la rápida destrucción se debe a una combinación del aumento de la temperatura oceánica y el fuerte oleaje. Como señala Meyers, los icebergs están prácticamente condenados a colapsar una vez que se desprenden del cinturón de hielo que rodea la Antártida.
El desprendimiento de icebergs es un proceso natural, pero su frecuencia está aumentando debido al calentamiento global causado por las emisiones antropogénicas. La desaparición del A23a nos recuerda la necesidad de reducir el impacto humano en los ecosistemas terrestres y controlar el cambio climático.